Una crisis, una oportunidad, si se sabe aprovechar.

Mariya
Publicada el 19-01-2012 16:07 


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A pesar de que el eco de los sinsentidos y las amenazas aún resuenen en el fondo, llega un momento en la vida en que una no tiene ya más salida que tomarse las cosas con calma, con filosofía, con buen talante y a ser posible, con buen humor. 
Esto debe ser, creo yo, algo así como lo que sienten las personas muy longevas, cuando observan los errores y las barbaries que una y otra vez, las generaciones que se suceden ante sus ojos repiten sin cesar. 
Creo que esta sensación interior podría parecerse mucho a ese estado de los que ya están de vuelta de demasiadas cosas, los que ya saben quiénes son y cuál ha sido hasta ese momento su papel en el mundo, y qué es lo que quieren hacer desde ellos mismos el resto de sus días.

No es madurez, no es tampoco pasotismo, ni indiferencia, ni cinismo. 

No en mi caso. Es algo así como un suave aterrizaje tras un vuelo tremendamente accidentado que nos tenía el alma en vilo. Es posar suavemente los pies en el suelo, para no molestar a nadie, pero con seguridad y sobre todo, con tranquilidad. Con la seguridad de que estamos pisando exactamente donde en estos momentos estamos mejor. 

Con la paz que da saber que hemos conseguido alejarnos, aunque no sepamos por cuánto tiempo, del campo de batalla. 

Con la inmensa alegría y el infinito alivio que se siente al despertar y darse cuenta de que todo fue una terrible pesadilla, que no está aquí, que no puede hacernos daño. Con el temple que nos aporta el saber que tenemos las manos limpias, la conciencia tranquila, a pesar de todos nuestros pequeños y grandes errores. Con esa frescura que nos rodea después de haber terminado uno de esos zafarranchos de limpieza y re-decoración de nuestra casa o de nuestro rinconcito favorito, nos hemos dado un largo baño y nos hemos relajado con nuestra música preferida. Con esa ternura del tamaño de todas las estrellas juntas que nos invade cuando abrazamos a nuestros hijos y nos dicen que nos quieren.


Solo en momentos así de nuestras vidas es cuando tenemos la suficiente claridad mental como para distinguir lo que realmente nos importa, nos llena, nos emociona, nos gusta, de todo lo que nos sobra, nos enerva, nos impide disfrutar del aire, de la luz del Sol o de un par de velas. Cuando estamos en paz con nosotros mismos, lo estamos también con el resto del mundo, y nos parece tan sencillo encontrar soluciones para la mayoría de los problemas, que nos parece absolutamente infantil la actitud de quienes se esfuerzan tanto en complicarse la vida y complicársela a los demás, pero ni tan siquiera eso nos perturba, porque incluso esos problemas, el dolor, la injusticia... todo encaja, y lo entendemos también.
Es a través del dolor, del sufrimiento, de las pérdidas, de las injusticias, como mejor aprendemos a valorar lo que somos y lo que tenemos. Parece así que defiendo que la especie humana sea masoquista en su más profunda esencia. Nada más lejos de mi intención. 

Está demostrado que los cachorros humanos se desarrollan mucho mejor cuanto más atenciones, apoyo, respeto, amor y confianza puedan recibir desde el principio. 

Los que carecen de cuidados, de cariño, de abrazos, de mimos, de atenciones no desarrollan totalmente sus potenciales sociales, emocionales, e incluso físicos y enseguida muestran las consecuencias en forma de enfermedades, inadaptación social, desconfianza, abusos, ansias de poder y control, complejos, etc.

Somos mejores personas, mejores individuos, mejores comunidades, y más felices, cuando nos sentimos bien acompañados, queridos, valorados, respetados. Cuando podemos compartir las dosis de amor que necesitamos para ser lo mejor que podemos ser.

¿Por qué, entonces, permitimos que lleven el timón de nuestras sociedades las agencias de publicidad, los mercados, los ideólogos, los fanáticos, los que se empeñan en fomentar en nosotros miedos, complejos, odios, fobias, desconfianza, competitividad en lugar de defender y demostrar valores como la confianza, la lealtad, la coherencia, la solidaridad, el compromiso, el saber hacer, el saber estar, la unión, el respeto, la paz, la convivencia, las buenas maneras, la armonía dentro y fuera de cada uno de nosotros y entre nosotros? ¿Por qué estamos permitiendo que nos sigan invadiendo con mensajes de odio y división en lugar de buscar el diálogo, los acuerdos, las soluciones?

En tiempos de crisis como la actual, en la que nadie está a salvo de despertar un día con las manos vacías, sin comida, dinero, medicinas, casa ni escuela para sus hijos, es normal que los ánimos estén crispados porque queremos una solución ya, a nadie le gusta perder lo que le costó esfuerzo obtener. Pero no es una solución inteligente crearse enemigos ahora. No sirve de nada echarse las culpas unos a otros, o sacar a relucir los trapos sucios, o agrandar más aún las diferencias entre diferentes posturas ideológicas.

Cuando una familia llega a la bancarrota, normalmente el ambiente se ensucia. Todos se sienten fracasados, todos creen que si los otros hubiesen hecho o dejado de hacer esto o lo otro, no habrían caído en desgracia. En esos momentos, todos están en la cuerda floja, todos tienen miedo, rabia, necesidades inmediatas que no pueden cubrir, planes y sueños rotos que creen que ya nunca podrán realizar. 

Hay peleas, hay lágrimas, hay silencios... y al final, si además de todo eso hay amor, habrá unión. Se sentarán cara a cara, pactarán dejar atrás todo lo malo que se hayan dicho, y empezarán a pensar con la cabeza más fría. Harán un plan mucho más práctico para llegar a la solución más inmediata que les permita empezar a cubrir las necesidades más básicas. Si no se puede pagar la Universidad de la niña este año, ya se podrá más adelante. 

Si no se puede comprar un par de zapatos nuevos, seguimos con los que tenemos, y tendremos que cuidarlos. Si no podemos pagar la hipoteca y el coche, quitamos el coche y alquilamos el garaje para pagar parte de la hipoteca. ¿Quiénes están en edad de trabajar y pueden hacerlo? Pues ahora tendrán que empezar a buscar. 

Si no tenemos para fotocopiar el c.v. de todos, le pedimos el favor a ese amigo que tiene fotocopiadora, y a cambio le ofrecemos algo que tengamos. Vamos a hacer correr la voz de que estamos buscando trabajo, vamos a avisar a todos los amigos y conocidos, y no tiene por qué ser un trabajo semejante al anterior. Lo importante ahora es vivir, tener qué comer, dónde dormir. Y pagar las deudas antes de que ellas nos coman a nosotros.

Cuando se llega a esa situación, a ese estado, es muy sano. Es algo que purifica nuestras almas. Aunque sufran nuestros cuerpos, porque a nadie le gusta pasar hambre o caminar con los zapatos rotos o no tener un abrigo cuando hace frío. Pero si antes se ha tenido todo eso y en lugar de agradecer y cuidar esa posición se cayó en la ambición y en la avaricia, y nos hemos dedicado a querer acaparar más y más, a no ser menos que el vecino o que la compañera de la oficina, a querer parecernos a los famosos de plástico con un sueldo de mileurista, el tiempo nos pasa factura. Y nos enseña a la fuerza a apreciar lo que no quisimos valorar por las buenas.

La vida da vueltas, es una infinita espiral. A esa fuerza, a esa energía que hace que todo gire en torno a un centro y que se autoequilibre, los antiguos le pusieron un nombre: Némesis. Era la deidad que personificaba a esa fuerza pendular que hace que todo oscile en ese círculo abierto una y otra vez en torno al mismo centro. Va y viene, coloca a cada uno en su sitio. 

Cuanto más a un extremo se vaya, más se tenderá a ir hacia el extremo opuesto en el futuro, hasta que aprendamos que lo mejor es acercarnos al centro: a la unión, a la convergencia, al equilibrio, a la sabiduría, a la mesura, al amor, al sentido común, a la sensatez. Entonces, y solo entonces, cuando en lugar de dividirnos, de pelearnos, seamos capaces de sentarnos cara a cara y proponer soluciones que tapen agujeros materiales, emocionales, sociales, entonces, sí que habremos el camino para salir de la crisis. No antes. No así.

Si esa familia del ejemplo, en lugar de unión y soluciones, hubiese optado por separarse, por dejar de hablarse, por darse la espalda unos a otros y seguir con el clima de violencia, acusaciones, amenazas e insultos, habrían acabado completamente rotos. Divorcio, traumas, complejos, vicios, rencores... y otras cosas mucho peores. Pero si se dan apoyo moral, enseguida pensarán en organizarse, en pensar entre todos, en descubrir soluciones incluso originales. Y de las mayores crisis, cuando se sabe aprovecharlas, nacen las mejores oportunidades.

Tengo la esperanza de que pronto alguien, ahí arriba en las altas esferas, escuchará un buen consejo que lo o la hará reflexionar y darse cuenta de que lo que está imposibilitando la salida de la crisis es la división entre las diferentes ideologías y el abandono del ejercicio de la democracia por parte de quienes se negaron a votar para demostrar así su berrinche. Tengo ese pequeño sueño, y espero que alguien se dé cuenta de esto.

No es justo que los bancos pidan que se les devuelva el dinero y además, la casa, el coche, y que los padres que avalaron a sus hijos estén ahora comiendo en comedores sociales porque también a ellos les quitan todo y solo tenían la pensión y la casa que habían pagado a lo largo de todas sus vidas. 

No es justo que los bancos estén empezando a hacer corralitos y dejen en la cuneta a todos los que habían confiado en ellos, mientras sus directores y dueños se enriquecen cada día más y venden las casas embargadas sin ponerlas a nombre del banco para eludir impuestos. No es justo que señoras con muchos sueldos y muchas casas, multimillonarias que compran hasta su ropa interior en la Milla de Oro, sean las que dan órdenes para cerrar los servicios que protegían a otras mujeres que no tienen nada, y que privaticen la enseñanza o la sanidad cuando cada día hay más gente sin recursos que no van a poder acceder a servicios privados.

Pero tampoco fue ni justo ni inteligente, que todos empezaran a pedir péstamos, hipotecas, créditos, etc., que nos endeudáramos hasta las cejas y más, solo porque "había que estar a la altura" de los demás y sobre todo, porque seguíamos como borregos las órdenes que los de arriba nos daban a través de la publicidad para atontarnos y llevarnos al matadero a todos juntitos y obedientes. ¿Culpa de ellos? No. Más bien idea de ellos. La culpa es nuestra. Y ahora, tal y como era de esperar, dan el golpe, declaran a alguno de los grandes bancos en quiebra, y cae todo el castillo de naipes, uno por uno.
Y todavía seguimos yendo al matadero. 

Aún se sigue sus consejos de no votar, de echarles las culpas a unos o a otros, y de seguir a los que dicen qué debemos hacer para matar a la democracia, a la monarquía, al Estado, pero no son capaces de dar la cara, ni de organizarse para trabajar ocupando el lugar que han dejado que ocupen esos a los que tanto criticaban. Si tan seguros estaban de qué hay que hacer para salir de la crisis, para limpiar de corrupción todo, para que el aparato funcione como les gustaría, ¿por qué no lo hacen? ¿Por qué se negaron? ¿Para pedir ahora que pasemos de la indignación a la revolución, a las armas, a la violencia? ¿Para pedir ahora una república, pasando por la sangre, como he leído por ahí? Eso es lo que haría la familia abocada al desastre, a la cárcel, al suicidio, al asesinato, a la pobreza.

Pero no la familia de mi ejemplo. La de mi ejemplo tiene muy claro que hay que comer, hay que conservar lo que se pueda, hay que mantenerse unidos y que es imprescindible la colaboración y la confianza para salir adelante de la mejor manera posible.
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