Todo es caótico. El mar de tu sentir se vuelve turbio, violento. Suavemente te golpea como un directo a tu rostro que te bloquea y te tambalea violentamente haciéndote perder el control de tus herramientas. La claridad se ha encontrado con un contricante difícil de superar, el desconcierto.
Reacciona, reacciona... sigues pensando mientras un agobio paralizante impide que puedas poner en práctica tantas cosas aprendidas, como cuando el profesor Keating (el club de los poetas muertos) decía: "Me he subido a mi mesa para recordarme que debemos mirar constantemente las cosas de un modo diferente. El mundo se ve distinto desde aquí arriba. [...]. Cuando ustedes crean que saben algo, deben mirarlo de un modo distinto, aunque pueda parecer tonto o equivocado..."
Sin por qués, sin respuestas a tantas preguntas, sin motivos aparentes. El amargo sabor de la ausencia, la pérdida, la desorientación te devora vilmente dejando en tu interior un aullido sordo y doloroso. Todo marchaba tan bien, y como un jarro de agua fría un día gris te traspapela lo que ayer era tan obvio.
Todo lo construido se derrumba, y te inquietas. Gracias a Dios la base de todo esto está bien construida, pero hay que volver empezar, encontrar el punto en el que algo falló y provocó este descalabro. Como si de agua escurridiza se tratara, mis pensamientos, mis emociones, lo que soy, lo que quiero ser... se me escapa y me resulta imposible guardarlo conmigo.
San Ignacio de Loyola explicaba de la siguiente manera las formas en las que Dios se manifiesta a los seres humanos, según me explicaron en catequesis:
"Lo hace a través de las consolaciones (alegrones) y las desolaciones (mosqueos). Con los alegrones nos comunica que todo va bien y nos hace disfrutar de su presencia. Con los mosqueos nos avisa de que algo no va bien, para que lo corrijamos. Una vez corregido, vuelve con los alegrones. Estos alegrones pueden presentarse en forma de gozo, paz o armonía. Los mosqueos pueden presentarse como desconcierto, malestar o tristeza. Los alegrones y los mosqueos pueden tener una causa inicial que los provoque (con causa precedente) o pueden presentarse inesperadamente y sin causa posible que los provoque (sin causa precedente). Los primeros son muy numerosos y los da el Señor a partir de experiencias, personas o cosas que nos rodean. Los segundos son poco numerosos, pero son actuaciones directas suyas en nuestro interior, que dejan una huella muy profunda"
Inquietudes que ahogan los pensamientos en un mar de dudas...
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