No es lo que sabemos lo que nos hace grandes... Ni lo que decimos, lo que nos hace sabios. Solo nuestras actitudes frente a la vida y la manera de percibir este mundo es lo que nos proyecta tal cual somos: individuos sumergidos en un mar de situaciones que, como las olas, van y vienen pero nunca se detienen.
Una mano sobre el hombro
Hay momentos de la vida en los que necesitamos un apoyo. A veces porque fallan las fuerzas físicas, otras porque no se sabe exactamente dónde se encuentra uno, otras porque el suelo está lleno de baches y agujeros y parece que en cualquier momento quien camina terminará por tapar uno de ellos...
En esos momentos, querríamos tener un bastón o un compañero de camino que fuese para nosotros punto de apoyo, ayuda fiel para el momento de dificultad y de prueba. Y, cuando lo encontramos, damos los pasos que nos llevan a la meta con mayor firmeza, con arrojo, con confianza. Otro nos sostiene. Un abuelo ayuda a caminar al nieto vacilante. Un niño acompaña a un anciano a cruzar la calle. Hay apoyo. Eso basta.
En el camino de la vida hay otros problemas y dificultades que “duelen” más que un bache inesperado cuando uno va a más de 130 kilómetros por hora... El corazón herido y la mente confusa no nos dejan encontrar la decisión justa, la salida del callejón. Querríamos tener una luz, un consejo, un amigo. Con él a nuestro lado, ¡qué fácil sería pasar el trago!
Los hombres siempre necesitamos la ayuda de los demás. Lo más hermoso es que muchas veces hemos encontrado la persona justa en el momento justo para recibir la ayuda justa. Pero también, de un modo misterioso y no por ello menos bello, los hombres sentimos la necesidad de ayudar a los demás. Quien ha disfrutado la confianza de otro que se apoya sobre el propio hombro sabe lo que eso significa. Quien ha escuchado al amigo que expone con angustia, con ansiedad, los problemas que más le afligen, experimenta la alegría (y la responsabilidad) de poder ofrecer una palabra de alivio, de aliento, de luz, para salir, para caminar, para vencer.
Pedir ayuda es no sólo señal de humildad (una virtud en baja en el mercado mundial), sino de realismo. Ofrecer ayuda es señal no sólo de justicia, sino de grandeza de espíritu. Así se construye lo más positivo y grande que pueda existir en nuestro planeta, con grupos de hombres y mujeres que se ayudan en todos los caminos de la historia. Así se conquistan metas y se alivian heridas. Así se hace que este mundo sea un poco más bueno y un poco más feliz...
¡Vence el mal con el bien!
Autor: Padre Fernando Pascual
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