Estoy realmente solo. Ahora vivo en una casa con tres habitaciones, de las cuales solo habito una y rondo por las noches en las demás, sentado frente a un frió monitor, derramando ésta mi soledad sobre el teclado. He empezado a crear una rutina, un ritmo nuevo, esperando así lograr la posibilidad de ser.
El pasado yace ahí como para no olvidarlo; como un animal hambriento esperando a su presa. Para extrañar, para sentirnos cómodos en nuestras tristezas, para recordar de alguna manera mórbida y siniestra que en algún momento presenciamos la perfección, que en algún momento nos impregnamos de ese instante y nos soñamos tan fuertes, tan sabios, tan eternos. Y que duro es despertar!.
Volver sobre mis pasos, reinventarme una vez mas, recordar y acostumbrarme a la ausencia de tus colores, volver al negro.
Empezar de nuevo, empezar el día con una cama fría, con una aburrida ducha. Prepararme el desayuno, sonreírle a la almohada, besar al aire, oler el tiempo, acariciar mis penas. Levantar los muros en largas y extrañas jornadas de trabajo, como un obrero explotado; coloco ladrillo tras ladrillo con una furia sonriente, que tiene mal sabor, sabor a verguenza. Levanto aquella estructura infranqueable e indestructible, sin entradas, ni salidas, para que no puedas regresar, para que yo nunca persiga tu sombra.
El murmullo ha cesado, exhausto me desplomo en este refugio y me apoyo en una de sus cuatro paredes, dejo descansar mi cabeza y pego una oreja a este frió suelo, escucho una marcha lejana, escucho aproximarse ya a una estampida iracunda de rabiosos conejos, que van estrellándose una y otra vez contra mis defensas, cual kamikazes dejando impresa su rojísima sangre, formando una especie de obra artística de la cual estarías tan orgullosa.
Has entrado en mi casa, has entrado a la habitación que habito en ella y no has mirado con sorpresa estas barreras, las has acariciado y las has observado con la mirada húmeda, con tu mano derecha cercana a tu boca, intentado que no se te escapara la pena; para no sentirte culpable. He escondido mis versos en lo más oscuro de mi inconciente, he destruido los poemas. He gritado tantas cosas que nunca podrás escuchar tras estos muros.
Intento declarar una guerra a mi mismo. Intento quebrar los muros, trepar las paredes, romper los ladrillos, me siento un rabioso conejo kamikaze. Una y otra vez me estrello contra la pared y el murmullo vuelve a cesar, pego mi oreja al frió suelo...
La gravedad se siente aun más cuando no estas cerca. Me marchare.
Algo me recuerda que el dolor en el alma y el dolor en el cuerpo; es algo que tendrá que desaparecer conmigo, como un sobreviviente a un ataque nuclear. Con las heridas que nunca sanan, con los muros que se elevan y se elevan…hasta reconstruir ciudades enteras.
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