No es lo que sabemos lo que nos hace grandes... Ni lo que decimos, lo que nos hace sabios. Solo nuestras actitudes frente a la vida y la manera de percibir este mundo es lo que nos proyecta tal cual somos: individuos sumergidos en un mar de situaciones que, como las olas, van y vienen pero nunca se detienen.
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MI MARAVILLOSA INDIVIDUALIDAD
“SOY LA OBRA MAXIMA DE DIOS SOBRE ESTA TIERRA, COMO TAL DEBO ACTUAR”
Para disfrutar de mi vida integral no son decisivamente importantes mis características físicas, edad o raza, porque soy la obra máxima de Dios sobre este planeta. Mis condiciones y constitución física integrales son tan particularmente especiales, que como ser humano, soy irrepetible. Fui diseñado por mi padre celestial y de Él recibí desde antes de nacer, las condiciones físicas, mentales y espirituales necesarias para reinar sobre este planeta y… más allá de el.
No existe límite a mis aspiraciones que tenga que ver con alguna de mis características individuales; especialmente porque fui dotado de razón e inteligencia, que son intangibles y funcionan independientemente de mis condiciones físicas. Mi inteligencia no tiene que ver con mi color, mi peso, mi condición social o presencia física. Simplemente es un atributo que me corresponde como ser humano, y únicamente dependerá de mì, el nivel que le de a su desarrollo.
Mi cerebro es algo tan prodigioso, que me permite recorrer millones de kilómetros en fracciones de segundo; imaginar situaciones conforme a mi deseo y devolverme o anticiparme en el tiempo, e inclusive, visualizar cualquier escenario que considere conveniente.
Mis miles de millones de neuronas cerebrales haciendo sinapsis ininterrumpidamente me permiten crear, idealizar y soñar sin ningún límite, sobre cualquier aspecto que considere conveniente, positivo o necesario, para mi realización material y espiritual, lo cual puedo materializar con mi diligencia.
Mis asombrosos cinco sentidos me permiten, de forma particular e independiente de los demás, sentir la vida de la manera como decida que debo apreciarla. Cualquier sonido, paisaje, sabor, olor o roce de mi piel, mi maravilloso estado de ánimo puede darle el matiz que me apetezca. Nadie puede condicionar o interrumpir mis decisiones espirituales, porque nacen y se desarrollan en lo interno de mi intelecto, donde únicamente yo tengo el poder.
Aunque por mi naturaleza gregaria para lograr mis realizaciones debo formar parte de un conjunto humano, mi individualidad es sagrada e innegociable. Es la mayor herencia recibida de Dios. No puedo endosarla ni permitir que nadie me la manipule. Entre otras cosas, porque soy responsable de mis actos; mi felicidad y la de mis semejantes dependerá de la conciencia real que tenga de mi capacidad individual, tanto para mi realización personal así como mi carga de aporte al beneficio colectivo.
Por eso es muy importante mi nivel de ética individual, porque sobre ella baso mis principios fundamentales y mis valores humanos, que determinan mi actuación personal y mi capacidad para entender la pluralidad ideológica de mis hermanos humanos, que no tienen porque en todo momento estar de acuerdo con mi forma de ver la vida y las cosas, pero que estoy obligado a admitir en su maravillosa diversidad.
Como la obra máxima de Dios sobre esta tierra, mi mayor compromiso individual con la familia humana, es mantener mis principios éticos de sana vida y valores humanos, como el más efectivo aporte a la convivencia pacífica, edificante y feliz de esta sociedad que me legaron mis mayores y que yo dejaré como herencia a mis descendientes.
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