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Diálogo sobre la fe


La verdad a la que abre acceso la fe se alimenta de evidencias de otro mundo. “Mi reino no es de este mundo” dijo Jesús: ni poderes, ni teorías científicas siempre transitorias, ni victorias masivamente celebradas, nada de esto sirve como comprobación. La fe no es una creencia, es una forma de certeza hermana de la esperanza que espera pese a toda aparente derrota. Es un “lugar interior” donde hacer pie para iniciar un camino a otra dimensión de la realidad. Una dimensión sobre la que carece totalmente de sentido argumentar y discutir con palabras, estructuras de pensamiento y sentires que corresponden a otra dimensión, a otro mundo. La puerta de la fe se abre sólo a quien lo necesita, por eso es una fe con obras: el que abre y entra se ve necesariamente impulsado a realizar, a hacer, no por obligación externa sino por necesidad interior (algunos a esta pulsión poderosísima la llamamos amor).

La buena nueva de la existencia de esta dimensión, el “Reino” que está “entre nosotros”(donde los ciegos recobran la vista, los paralíticos andan y los muertos resucitan) despierta tanta alegría que uno desearía compartirla, y esto suele ser fuente de innumerables errores de procedimiento, falsos argumentos, impacientes “tecnologías mentales”, que quisieran arrastrar por la fuerza a los que aún no participan. Y aquí aparece el “enano fascista” que todos llevamos dentro. Las monstruosidades que se han cometido en nombre de la “fe” tienen que ver con este monstruo interior, que aparece en diferentes formas, en todas las religiones, en todos los sistemas políticos, en todos los intercambios intelectuales. Esto para mí no tiene nada que ver con la fe, ni con el Bien.

La fe es un punto de apoyo interior para la libertad, porque en esa dimensión interior somos totalmente creadores y evidentes. No una creatividad y evidencia arbitraria o “de cualquier modo”: este mundo está estrictísimamente sujeto a leyes, como la naturaleza material, pero también infinitamente abierto a variaciones, como la buena música. Sólo que para entrar debes hacerlo por libre necesidad interior de tener nuevos ojos para ver. No puedo ni debo, pues, convencerte.


dianaventurini